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Por Trinidad Caparros.

Hace un tiempo se estrenó en Netflix una serie que se ha hecho bien conocida: Respira. Esta trata sobre las deficiencias del sistema de salud público y cómo los trabajadores se van a huelga por sus condiciones laborales. Si bien esta serie toca temas como la atención de pacientes, problemas políticos, amoríos e historias varias, también incluye la visualización de diferentes temas de salud mental, en especial algo que quedó rondando en mi mente: la dificultad de parar.

Cuando vemos series como esta, de tipo “hospital” generalmente vemos al personal corriendo, en una emergencia, teniendo vidas personales muy acotadas y en horarios extremos. Aunque esto nos habla de un problema a nivel sistema, que puede tener que ver con la falta de personal, mala organización o falta de recursos, sin duda nos expone la dificultad que existe en los profesionales de salud para detenerse, tomarse el tiempo de descanso, estar pendiente de un solo paciente a la vez y de poner límites en el lugar de trabajo. Por supuesto, esto también incluye a los profesionales de salud mental.

En uno de los capítulos clave de esta serie, se observa cómo, dentro de un colapso del hospital, un interno de medicina, por lo tanto, sin tanta experiencia aún, queda solo a cargo de un procedimiento con una paciente, sin la posibilidad de negarse, y lamentablemente esta termina falleciendo en el mismo procedimiento.  

Salud mental en los profesionales de salud mental…

A nivel de salud mental esto se vuelve muy significativo, porque a este interno se le termina gatillando un cuadro depresivo que resulta en un suicidio. Esto desata en el hospital una huelga masiva, desenmascarando las condiciones de trabajo que vive el personal de salud.

Como psicóloga, esta parte de la serie me marcó muchísimo, ya que muestra las consecuencias que puede tener para alguien no tener la capacidad de poner límites y la falta de apoyo en un lugar de trabajo sumado al cansancio que este tipo de trabajo implica.

Se me aparece la típica frase: “en casa de herrero, cuchillo de palo” porque, qué simple es decirle a nuestros pacientes: hagan deporte, tengan hobbies, dense momentos para disfrutar con sus seres queridos, pero qué difícil es aplicarlo en nosotr@s mism@s.

En cambio, siempre creemos que podemos atender a un paciente más, alargar más el horario de trabajo, adjudicarnos más responsabilidades, sin pensar en lo necesario que es para nuestro mismo trabajo poner límites, tomarnos un momento entre sesiones o darle espacio a nuestras actividades fuera del trabajo. De alguna manera, al no parar, ¿cómo podemos transmitirle eso a nuestro pacientes si no podemos hacerlo nosotr@s?

Yo como psicóloga, me doy cuenta de que mientras más me sobrevendo y caigo en el ritmo acelerado que muchos profesionales me enseñaron, mis pacientes reciben una terapeuta reventada, a la que le queda muy poco espacio mental para pensar de manera pausada y dedicada a sus pacientes, por lo que tampoco les ayuda en su camino de bienestar emocional. Y así, aunque esta exigencia nace desde el rendir, termino rindiendo menos.  

Sin embargo, pausarse no solo tiene que ver con brindar un mejor servicio a nuestro pacientes, sino que también con calmar nuestro sistema nervioso, lo que nos permite mirar con más perspectiva, tomar mejores decisiones y enfrentar mejor situaciones difíciles dentro de la sesión, con altura de mira y con más tiempo. Al final, si nos detenemos, mejora también nuestro bienestar, que se transmite y se siente por nuestros pacientes.

Lo difícil en el mundo de hoy

Ahora, suena simple, solo tenemos que detenernos un rato. Sin embargo, en el mundo de hoy una de las cosas más difíciles de hacer es pausar la vida, parar, oler el pasto, escuchar a los pájaros cantar, mirar el cielo o simplemente tenderse y solo respirar.

Me llama mucho la atención que cuando la vida se nos pone desafiante y tenemos fechas de entrega, estudio o reuniones, lo primero que sacrificamos son los momentos para detenernos. Dejamos de leer, de dormir o incluso dejamos de sentarnos a almorzar por cumplir con estas exigencias, sin pensar que a la larga esto nos hace meternos en el ruedo de la desconexión con nosotr@s mism@s, que luego nos cuesta tanto recuperar.

Sobre todo ahora, en los últimos meses del año, pareciera que de aquí al 2025 tenemos todos los fines de semana tomados con algo, y la semana, llena de fechas con entregables y exigencias para ayer. Incluso, muchos de nuestros pacientes dejan la terapia, que muchas veces es el único minuto para parar en la semana, por estas mismas exigencias y compromisos.

Podemos aprender a parar

Es importante recordar que, como todo, la pausa también es algo que se aprende y que pareciera que todos necesitamos. Si nos damos cuenta, siempre estamos pensando en el fin de semana largo, en las vacaciones, o cuándo podremos finalmente bajar el ritmo. Me pregunto: ¿qué pasaría si detenerse fuera cotidiano?

Toma especial importancia esta reflexión, tanto para nosotr@s como profesionales de la salud, como para nuestros pacientes: ¿cómo vivo la vida si no me detengo a vivirla?  Desde aquí es importante recordar que la vida es lo que pasa entremedio de dónde estamos y a dónde queremos llegar. Por lo mismo, no la dejemos pasar.

Nos invito (conmigo incluida), a buscar estas instancias dentro de la semana, conectarnos con las cosas simples y cuidar esos espacios de pausa, poniendo los límites necesarios a nuestro espacio laboral.

Y como parar no debe ser una exigencia más, tenemos que partir lento. 5 minutos, de recostarnos, cerrar los ojos y preguntarnos; ¿Cómo está mi cuerpo? ¿Qué necesito? ¿Qué tengo ganas de hacer? ¿Hace cuánto no hago algo fuera del trabajo que me guste? ¿Hace cuánto no veo a mis amigos? ¿Hace cuánto no tengo contacto con la naturaleza? ¿Cómo me disfruto a mí mism@s? Tratemos de incorporarlo en nuestra cotidianidad y démonos la oportunidad de experimentar sus frutos.  

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