Comienzo a escribirles confesándome que nunca he perdido una guagua, tuve dos embarazos que se transformaron en dos hijos maravillosos y me siento agradecida y afortunada de que así haya sido. Así que de alguna manera les escribo desde la ignorancia de la experiencia.
Sin embargo, me ha tocado vivir de cerca la pérdida de hijos con amigas y también lo he escuchado varias veces en la consulta y la verdad es que nunca encuentro la forma de poder consolar a esas madres. Tampoco sé si lo que ellas esperan es consuelo, pero como soy psicóloga me nace naturalmente querer ayudarlas de alguna manera.
Intentaré describir lo que escucho, pienso y siento al respecto y espero que a todas las que les haya tocado vivir algo similar las represente de alguna manera, y puedan ayudarme y enseñarme a entender más por lo que han pasado. Leeré y responderé cada uno de sus comentarios.
Perder un hijo, ya sea de 1 mes de gestación o de 35 años de vida es un duelo el cual ninguna madre quisiera enfrentarse. Pareciera ser que socialmente es más aceptado llorar por un hijo de carne y hueso que por un pirigüín en vías de desarrollo, y este es el error número uno.
¿A cuántas de ustedes les han dicho que es normal perder un hijo? Es más, por qué hablamos de perder, si la verdad es que es una muerte. Las llaves del auto se pierden, los hijos, por muy en gestación que estén, no se pierden.
Nunca me voy a olvidar cuando mi doctor (que lo amo) me dijo “No es normal, es esperable, es probable que pase, pero no es normal”.
Y cuánta razón. Por qué normalizar una pérdida. Por qué cada vez que una mujer cuenta que perdió su guagua, otras le responden con historias similares, como diciendo “nos pasa a todas”. Y no, la verdad es que no nos pasa a todas. Por qué mejor no abrazamos a esa mujer de luto y le preguntamos cómo se siente, si necesita algo, si quiere llorar, si la acompañas a alguna cita con el doctor, o lo que sea.
Aprendamos a darle un espacio a esa mujer para que viva su duelo de la manera que ella quiera, y si quiere llorar 10 días seguidos que lo haga. No porque su bebé no haya nacido significa que el dolor es menos intenso. Esa mujer sufre igual, el dolor es dolor y tenemos que aceptarlo y abrazarlo como tal.
Esa mujer se siente sola, siente que sus amigas que no han vivido esto no la entienden, siente que su doctor no la entiende (porque para ellos es normal), siente que su pareja no la entiende y termina sola llorando en la ducha, tratando de pasar piola para que no la miren con cara de loca, porque nadie entiende por qué llora a una guagua que ni siquiera nació, que nunca vio, besó o abrazó. Nadie entiende el dolor que siente esa mujer porque ella no sólo perdió un hijo, también perdió la ilusión.
Esa ilusión que tenemos desde que somos niñas y nos regalan una muñeca. Jugamos a ser mamás toda la vida. Les ponemos nombre, las amamos como si fueran de verdad, las vestimos, las hacemos dormir. Nunca olvidaré mi muñeca Claudia, fue la única que tuve y creo que en algún minuto realmente pensé que era de verdad.
Esa ilusión crece cuando estamos en pareja, cuando ya somos grandes, cuando estamos proyectando nuestras vidas. Esa ilusión es casi real con el test de embarazo positivo, donde la fantasía te lleva a ponerle nombre, vestirlo, hacerle una pieza, imaginar su olor, imaginar tu parto, imaginar tu futura familia, pensar en todo lo que un hijo te hace pensar. Y toda esa ilusión que estuvo alimentándose a lo largo de toda la vida, hasta el minuto en que te dicen que ya no hay vida, que ya no se escucha el corazón, ya no hay bebé en camino, te derrumba como si te hubieran caído 10 toneladas encima.
Esos momentos tensos en la consulta del doctor, o a veces en la urgencia, donde nadie sabe qué hacer o decir. Dónde te vas al baño y te vistes con lágrimas en los ojos. Donde tu pareja se intenta hacer el fuerte para contenerte, pero tal vez por dentro tenga tanta o más pena que tú. Ese momento que todas alguna vez pensamos que puede pasar, pasa. En ese momento probablemente sólo buscas un abrazo, apretado, tierno, caluroso y lleno de amor. Un gesto que te apruebe el duelo, que te permita llorar, rabiar, gritar o hacer lo que te nazca en ese instante. Esos momentos que recuerdas una y otra vez por semanas. Te preguntas qué hiciste mal, qué comiste, si te esforzaste de más. Preguntas sin respuestas pero con mucha angustia. Preguntas que se convierten en miedo. Miedo de no poder gestar, miedo de no poder ser madre, miedo de no poder tener una familia. ¡MIEDO!
Lo más triste después de escuchar la noticia, es que tu cuerpo sigue pensando que está embarazado. Toma un par de días que incorpore la noticia, por lo que las hormonas y todo el revoltijo del embarazo sigue ocurriendo. Hay mujeres que siguen sintiendo náuseas, mareos, vómitos, cansancio, etc. Sumado a esto está la posibilidad de un raspaje, lo que implica pabellón y anestesia general. En otros casos se puede producir el aborto espontáneo, que involucra un abundante sangrado con contracciones y mucho dolor corporal. En cualquiera de los casos, ese momento marca el fin de esa ilusión, lo que a su vez sugiere un nuevo comienzo.
De nuevo aparecen los miedos, las angustias, las incertidumbres y las ansiedades. Pensar en un nuevo embarazo es una nueva odisea. Es abrir una herida que aún no cicatriza. Es volver a pensar una y otra vez lo que hice en el embarazo pasado para no volver a repetirlo, ya que en todo duelo siempre se buscamos un culpable, como si eso aliviara el dolor. Entonces si antes tomé café, ahora sólo té. Si antes camine mucho, ahora me quedaré en cama. Si antes me comí una sopaipilla en la calle, ahora comeré todo envasado y rotulado, y así sucesivamente.
Queridas, yo que nunca viví esto quiero darles un consejo desde el lugar de madre, mujer y psicóloga. Nunca creas que tú hiciste algo para que esa guagüita no se siguiera desarrollando. Tu cuerpo es perfecto y tal vez nunca vamos a saber ni mucho menos entender por qué hay un porcentaje relativamente alto (entre un 10 y un 20%) de abortos espontáneos. Lo que sí sabemos es que en algún lugar del universo hay un alma que te está buscando para elegirlos como papás. Y que tus pérdidas no son sólo eso, son un hijo no nacido, el cual debes nombrar (aunque sea para ti: “tengo dos hijos, uno en las estrellas y uno en la tierra”) y amar por el resto de tu vida.
Les deseo todo el amor del mundo para su próximo embarazo, toda la confianza y las bendiciones necesarias para que resulte como tenga que ser. Estoy segura que el universo es perfecto y que tarde o temprano va a llegar ese hijo o hija que tanto deseas. No pierdas la fe.
Comentarios Recientes